FUENTE: Tribuna de Periodistas (TDP).
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| Fuente: TDP. |
Sin embargo, libertad económica no puede ser sinónimo de anarquía. Libertad y anarquía son cosas bien diferentes. No tienen absolutamente nada que ver una con la otra, de igual modo que libertad y autoritarismo también se oponen.
Todas las grandes revoluciones tecnológicas crearon situaciones de anarquía. Esto se debe a que la nueva tecnología origina nuevas conductas posibles, que antes no existían. Por lo tanto, ellas carecen de regulación, de reglas e incentivos adecuados. Algunas de esas conductas, por su naturaleza, puede que posean incentivos intrínsecos positivos. Pero no todas los poseen. Por eso, se requiere de una regulación eficaz, que no asfixie, pero que establezca reglas claras e incentivos positivos.
La anarquía saca lo peor del ser humano, porque la impunidad corrompe, la inseguridad anula y la incertidumbre empobrece. De la misma forma que los grandes industriales tendieron al abuso en el siglo XIX, hoy las grandes tecnológicas tienden al abuso en el siglo XXI. No es que sean intrínsecamente malvadas, sino que funcionan en un contexto de anarquía que saca lo peor de ellas e impone la ley del más fuerte. De igual forma en que las democracias liberales adoptaron, en su momento, leyes de defensa de la competencia y de protección de los consumidores, hoy se precisan regulaciones que nos permitan transitar desde la anarquía hacia la democracia, la libertad y el Estado de derecho en el espacio virtual.
Unos de los más perjudicados por la anarquía virtual son los niños. Como señaló el neuroeducador Franco Lococo en un post reciente, darle un celular a un menor de 14 años es incluso más perjudicial que entregarle un paquete de cigarrillos. ¿Daríamos a un hijo de 8 o 10 años un paquete de cigarrillos para que se calmase o se entretuviese? ¿Por qué, entonces, darle algo todavía más dañino?
Los daños del cigarrillo son bien conocidos por todos: EPOC, cáncer, enfermedades cardiovasculares, asma, infecciones respiratorias, alergias, reducción de la capacidad pulmonar, adicción, dependencia temprana y dificultad para controlar impulsos. Las consecuencias suelen manifestarse después de años de consumo, con daño progresivo de órganos vitales.
Las pantallas y las redes sociales poseen tremendos efectos en menores de 14 o 16 años: Disminuyen la atención y la memoria operativa por sobreestimulación y multitarea constante. Afectan la velocidad de procesamiento y la capacidad de resolver problemas complejos. Reducen el tiempo de lectura profunda, necesaria para el aprendizaje escolar. Restringen la capacidad imaginativa, la abstracción y el vocabulario. Favorecen la ansiedad y la impulsividad, al aumentar la dopamina de manera artificial. Interfieren con la regulación emocional, volviendo a los niños más irritables y con menor tolerancia a la frustración. Generan riesgo de aislamiento social al reemplazar el contacto humano por la interacción digital. Debilitan la supervisión parental. Favorecen el sedentarismo y el aumento de la obesidad infantil. Alteran el desarrollo de la coordinación motora fina y gruesa. Provocan problemas de visión y de sueño, interfiriendo con la consolidación de la memoria y el crecimiento. Esto explica, por lo menos en parte, lo que ha dado en llamarse «generación de cristal» (Del Moral, 2023) o «generación ansiosa» (Haidt, 2024). “Las pantallas, usadas sin control, alteran en meses la arquitectura cerebral y las capacidades cognitivas de un niño en formación” (Lococo).
Pero las nuevas tecnologías, sin regulación, no solo están afectando a los más pequeños. También nos complican la vida, la seguridad y la salud mental a los adultos. La sobreestimulación, el exceso de información, la ansiedad, la polarización, la violencia o el hostigamiento virtuales, las estafas, están a la orden del día en el mundo de los mayores. Incluso el funcionamiento de la democracia se ha visto amenazado, con una política cada vez más intolerante y virulenta. Tenemos más defensas o anticuerpos que los niños y adolescentes porque nuestros cerebros están formados y consolidados, pero muchas veces esas barreras no alcanzan.
Como con todo invento reciente y revolucionario, la humanidad todavía se encuentra en proceso de adaptar sus prácticas e instituciones a la nueva realidad de internet y las redes sociales. Cada vez son más los países que se plantan con firmeza frente a las grandes tecnológicas y empiezan a establecer reglas claras que protejan la seguridad, la salud mental y la democracia.
En Australia, por ejemplo, se ha empezado a discutir una edad legal mínima para el acceso a redes sociales. El primer ministro Anthony Albanese expresó que, previo a ello, llevaría a cabo un ensayo de verificación de edad. “Las redes sociales están haciendo daño de verdad a los niños y voy a terminar con esto”, sentenció al presentar una propuesta de edad mínima de 16 años.
En 2021, en una serie de audiencias en el Congreso de Estados Unidos, los ejecutivos de Facebook, TikTok, Snapchat e Instagram se enfrentaron a duras preguntas de los legisladores. La denunciante, Frances Haugen, expresó que “los productos de Facebook dañan a los niños, avivan la división y debilitan nuestra democracia. (…). Estos problemas se pueden resolver. Es posible crear redes sociales más seguras, que respeten la libertad de expresión y que se disfruten más”.
Se trata, sin dudas, de un caso de falla o error del mercado, en que la intervención sutil y estratégica del Estado resulta necesaria para preservar la libertad y el bien común. Por ejemplo, en la competencia anárquica, las redes sociales pueden emplear algoritmos que fomenten su uso frenético y compulsivo, incluso adictivo, con más repercusión y viralización cuanta más actividad. Así, aumentarán sus ganancias.
En vez de premiarse e incentivarse la racionalidad y el estilo de vida saludable, se hace lo opuesto. Ninguna red social, por si sola, puede cambiar esto sin correr en desventaja frente a la competencia. Empero, la sociedad puede obligar a todas las empresas a respetar ciertos estándares y a competir dentro de ellos. Debemos obligar a las redes sociales a que utilicen algoritmos de calidad y no de cantidad.
No se trata de estatizar internet o las redes sociales ni mucho menos. No se debe, desde luego, afectar la innovación, iniciativa e inversión de las empresas. Bastaría, simplemente, con algunas cuestiones pequeñas, pero importantes.
Sería largo enumerar y analizar aquí todos los casos. Sin embargo, a mero modo ejemplificativo y como disparador del debate, se mencionan a continuación regulaciones que se encuentran en discusión o que han sido implementadas con éxito en algunas de las democracias más avanzadas: 1) Crear una autoridad independiente y de alto consenso para regular el espacio virtual, con control judicial posterior. 2) Obligar a las redes sociales a implementar algoritmos de calidad en lugar de cantidad. 3) Prohibir el anonimato en las redes sociales, con verificación de identidad eficaz. 4) Prohibir el uso de redes sociales para menores de 16 años. 5) Prohibir el uso de teléfonos inteligentes para menores de 14 años, obligando a las empresas de telefonía a ofrecer dispositivos no inteligentes para menores. 6) Prohibir el uso de celulares y todo artefacto equivalente durante la jornada escolar, excepto para actividades educativas puntuales en el nivel secundario. 7) Brindar un incentivo o compensación adecuada a los periodistas y productores de información por el uso que se hace de ella en las redes sociales (como se está haciendo en Australia). 8) Penalizar severamente el uso deliberado y sistemático de información o material audiovisual de carácter falso o artificial para perjudicar a una persona o manipular a la opinión pública.
Todas estas regulaciones, y quizás algunas otras, deberían ser incluidas en una ley nacional aprobada por amplio consenso. Con una pequeña parte de ellas, las más básicas, ya el impacto sería enorme.
Esto no es una cuestión de derecha o izquierda, de conservadurismo o progresismo, sino de seguridad personal, salud mental y calidad democrática. Necesitamos, por ende, una ley nacional de protección de la seguridad, la salud y la democracia en el mundo virtual. Cada día de demora en este asunto será un día más de daño evitable a la integridad de los niños y adolescentes y a la paz, libertad y bienestar de los ciudadanos.

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