martes, 12 de septiembre de 2006

Sobre el 11-S


Se han cumplido cinco años del terrible atentado a las Torres Gemelas y el Pentágono, y me parece oportuno hacer un esfuerzo por entender la magnitud del desafío que tenemos frente a nosotros. Es nuestra responsabilidad como seres humanos entender que aquellos ataques, así como muchos otros (como por ejemplo el de la AMIA, perpetrado por Hezbollá en la Argentina), no están dirigidos ni contra los Estados Unidos ni contra la Argentina en particular, sino contra la humanidad en general.

Se ha cometido el error de llamar valores "occidentales" a los valores de la libertad de expresión y pensamiento, al de la libertad de elegir qué hacer con la vida de uno siempre que no perjudique a los demás, al de la igualdad de dignidad de las distintas etnias, razas, religiones y especialmente al de la igualdad entre el hombre y la mujer.

En el espacio, en el que se encuentra nuestro amado Planeta Tierra, no existe Oriente ni Occidente, y estas denominaciones dependen de la selección arbitraria de un punto específico del planisferio. No por el hecho de que ciertos valores humanos hayan aparecido inicialmente en un determinado punto geográfico van a ser propios de las personas que vivan ahí, no por lo menos si creemos en la igualdad de dignidad y potencialidad de toda la raza humana.

A su vez, las generaciones se renuevan y no son los que hoy disfrutan de la libertad los que dieron la vida para conseguirla en su momento. Y es en honor a aquellos que dieron su vida por dicha causa, mostrándole un luminoso camino a la humanidad, por los que debemos comprometernos en hacer lo posible porque aquellos valores sean efectivamente humanos y no sólo "occidentales".

Podemos estar de acuerdo o no con la forma en que actualmente los Estados Unidos combaten el terrorismo. Pero lo que por nuestro propio bien no podemos hacer es olvidarnos de que es una gran posibilidad la que se le abre a la humanidad gracias a que un grupo de personas, en algún momento de la historia, tuvieron el coraje y la entereza de fundar la democracia más estable y exitosa que jamás haya existido.

Pues gracias a semejante empresa, en el marco de innumerables guerras, ha existido siempre una fortaleza cuyas armas han estado dirigidas, dentro de lo posible, por el sentido común y las buenas intenciones de un pueblo con amplias capacidades cívicas y políticas que, como cualquier pueblo del Planeta, desea la paz mundial.

Mientras de un lado minorías afianzadas interminablemente en el poder piensan cómo hacer para expandir el totalitarismo, en los Estados Unidos se da un debate abierto y republicano. Es cierto que este sistema puede darse en otras partes del planeta, pero también es cierto que para que una gran potencia defienda la democracia debe ser democrática. Debe estar dirigida por gobernantes alternativos bajo los efectos constantes de una opinión pública influyente.

Y para que la democracia tenga futuro en el Mundo, deben existir una o más democracias con la capacidad de contrarrestar cualquier intento de expansionismo global totalitario. Ninguna democracia ha logrado el desarrollo y el poder militar que han logrado alcanzar los Estados Unidos. Sería ciego negar que estos logros personales de ellos, por transitividad, también nos ha salvado el pellejo en varias ocasiones a todos los demás pueblos del globo.

Los Estados Unidos por sí solos no van a poder con todos los desafíos que se nos presentan. Pero tampoco el Mundo puede combatir la infamia generalizada que lamentablemente se extiende por gran parte del Planeta. El Mundo por sí solo, sin los Estados Unidos, no hubiese podido con Hitler, no hubiese podido con la URSS. Ni podrá tampoco con el fundamentalismo islámico.

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