La difícil e inentendible situación política de Argentina
Fuente: TDP. |
La Argentina
parece estar estallando por los aires. La incertidumbre crece y los mercados
colapsan. Pero, sin embargo, en medio de este caos, se pueden encontrar
regularidades, patrones y tendencias sistémicas. Hay motivos para que haya
pasado lo que pasó. Es fácil decirlo ahora, desde luego, pero tenemos la
obligación de escarbar en las causas profundas para poder despejar la mirada a
futuro.
Lo primero que
hay que decir es que, si bien los mercados y el pueblo se pueden equivocar,
pues son seres humanos, en general tienen su lógica y sus motivos para actuar
como actúan.
El pueblo se
cansó de esperar la reactivación prometida por Macri. El sacrificio se hizo
eterno hasta que la mayoría dijo basta. No buscó una salida extremista. Se
volcó hacia la única opción que podía derrotar a Macri. De hecho, si Cristina
se bajó fue, en parte, porque necesitó un rostro más moderado y libre de
sospechas directas de corrupción para mantenerse competitiva. En estas
condiciones, el votante de Massa, descontento con el gobierno, fue a Alberto en
vez de a Lavagna, acercándose el primero a la cantidad de votos que obtuviera
Scioli en el ballotage de 2015.
Los mercados,
por su parte, observan que el kirchnerismo, en sus doce años de gobierno, fue
creciendo en sus tendencias autoritarias, afectando la seguridad jurídica y la
racionalidad económica cada vez más. Todavía hoy el núcleo duro del
kirchnerismo apoya al dictador fanático y asesino Nicolás Maduro, que
prácticamente ha pulverizado una nación entera. Y el triunfo de Alberto reposiciona
al kirchnerismo duro como factor de poder y aumenta la probabilidad de que
Argentina se enfile hacia el destino de Venezuela, si bien no quiere decir que
ello sea sencillo ni que vaya a ocurrir de un día para el otro. En Buenos
Aires, bajo el mando de Kicillof, gobernará La Cámpora, es decir, el
kirchnerismo puro y duro. En el peor escenario, podría afianzarse un entramado
totalitario en dicha provincia con foco en el conurbano y en asociación (como
ha ocurrido con la extrema izquierda en otras partes de Latinoamérica) con el
narcotráfico y la criminalidad organizada.
Hay que decir,
también, que Alberto no es exactamente lo mismo que Cristina, aunque lo es en
muchos sentidos. Ella lo nombró a él, y no al revés. Alberto va a tener que
negociar día a día con Cristina parea tener gobernabilidad. Pero también es
cierto que Alberto no es un bebé de pecho, sino más bien un operador y
negociador político con experiencia, que no se va a dejar manejar del todo tan
fácilmente, y que va a saber usar los recursos de poder a su disposición. Además,
su desempeño electoral, muy por encima de las expectativas, lo apodera frente a
una Cristina con techo bajo.
Como vemos, la
situación es un poco más compleja de lo que parece a simple vista. Cambiemos
parece destruido, pero también lo pareció el kirchnerismo, no una, sino tres
veces. Es cierto, Cambiemos no maneja las estructuras ni las redes clientelares
que controla Todos. Pero es verdad que, para muchos, su obra quedó inconclusa,
apenas tuvieron la oportunidad de un mandato y en condiciones adversas. Un
desempeño mediocre de Todos podría abrir las puertas a un resurgimiento de
Cambiemos, acaso renovado, con un nuevo rostro (¿Vidal? ¿Larreta?), como
ocurrió con el kirchnerismo. Macri obtuvo, en las PASO de 2019, un millón de
votos más que en las PASO de 2015, lo cual no es poco. En un marco de
decadencia económica, el votante antimacrista de Massa habría ido a Alberto,
mientras que el anticristinista se habría quedado con Lavagna pero, frente al
miedo a Cristina, podría redirigirse hacia Macri. Es prácticamente imposible
que Macri gane, pero podría tener un desempeño bastante mejor que en las PASO y
salir relativamente fortalecido, o no tan debilitado. De hecho, Alberto obtuvo
casi tantos votos como Scioli en el ballotage de 2015, lo cual podría
significar que los votantes no se movieron tanto como parece y que habría
llegado a su techo.
Alberto
Fernández, en estas circunstancias, tendría dos alternativas: hacer un gobierno
productivista a costa de la pobreza masiva, con tipo de cambio alto y gasto
público licuado, como Duhalde, o bien recostarse en el kirchnerismo duro,
prepararle el terreno a Cristina (¿o Máximo?) y empujarnos hacia el peligroso
camino por el que avanzó en las últimas décadas Venezuela. Todo parecería
indicar que intentará lo primero, pero también depende de la apertura y
habilidad de la oposición para unirse, dialogar y negociar con Alberto.
Las lecciones
de todo esto son unas cuantas. La democracia argentina sigue joven y frágil.
Los argentinos no podemos dormirnos ni confiarnos demasiado en este aspecto.
Asimismo, la transparencia, la honestidad y la institucionalidad son claves,
pero sus efectos son a mediano y largo plazo. En el corto plazo, es preciso que
funcione la economía. Y no habrá un cambio económico significativo mientras los
impuestos sigan tan altos, las regulaciones tan rígidas y la competitividad de
nuestras empresas tan baja. En materia de economía, desde el retorno de la
democracia, el modelo económico ha sido, sin excepción, gasto público alto con
inconsistencias macroeconómicas que derivan en crisis recurrentes, con
tendencia de largo plazo a la decadencia.
Alberto
Fernández no parece, desde todo punto de vista, el indicado para cambiar este
modelo. Macri, que parecía estar en condiciones de hacerlo, tampoco lo hizo (o
no lo suficiente). Aquí el riesgo de frustración antisistema crece. Si Alberto
hace un mal gobierno o no satisface al electorado, y Cambiemos no logra
reconstruir su credibilidad, el resultado podría ser una realimentación
positiva o efecto bola de nieve antisistema con consecuencias impredecibles.
El electorado
argentino, dividido en tres tercios, empezó a polarizarse. El kirchnerismo el
encontró la vuelta a esta dinámica aliándose con el massismo. Y surge la pregunta,
¿cómo romperán este desequilibrio las fuerzas democráticas reales, favorables a
la democracia liberal, con división de poderes, transparencia y Estado de
Derecho? ¿Serán capaces la centroizquierda y la centroderecha de dejar sus
diferencias para unirse y aislar y derrotar al extremismo de izquierda? ¿No fue
un error (quizás inevitable por no tener otra opción) la alianza de Macri con
Pichetto, reconociendo que no le sumaba votos pero sí “gobernabilidad”
(resucitando un estigma aparentemente superado a esa altura y desperdiciando la
oportunidad de ampliar su base electoral)?
El episodio
Cambiemos no fue en vano. El saldo es un entorno institucional en el que serán
más difícil que antes la corrupción y el autoritarismo: la digitalización y
transparencia de la administración pública, la disminución del costo de la obra
pública por eliminación de sobreprecios, la ley del arrepentido, el régimen de
extinción de dominio y la responsabilidad penal empresaria, son un legado
espectacular en contra de la corrupción y de las mafias. No va a ser tan
sencillo desbaratarlo (o por lo menos no sin costo político), aunque sin dudas
no imposible.
Las preguntas
son muchas, y las respuestas pocas. Todo parece abierto, cambiante y sorpresivo
en la Argentina de hoy. En aguas movidas y turbulentas hay riesgo de confusión
y desesperación, pero también oportunidad de aprendizaje y fortalecimiento.
Dependerá de cuánto nos comprometamos los argentinos con la legalidad, la
democracia, el bien común y la esfera pública en el día a día de nuestras
vidas; de en qué medida entendamos que estamos todos en el mismo barco, y que
con los pequeños gestos y las pequeñas acciones construimos cultura que luego
nos condiciona y limita colectivamente.
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