Por qué urge una estrategia para derrotar al kirchnerismo
FUENTE: Tribuna de Periodistas.
Fuente: TDP. |
Cristina
Fernández de Kirchner acaba de presentar su “libro”. Si bien quien escribe no
lo leyó completo, por una lectura parcial y numerosos comentarios y análisis se
deduce que es un ejercicio de egocentrismo. Ella es el centro de todo. De ella
depende el futuro del país. A ella están dirigidas todas las conspiraciones y
confabulaciones. Ella es la víctima de todo el odio circulante. Ella vive en un
mundo paralelo, donde no existen todas sus corrupciones y abusos flagrantes.
Todo esto
confirma un patrón de pensamiento regular que tiende al autoritarismo. Los
líderes autoritarios no lo son por casualidad. No cualquiera puede tener la
frialdad y la impulsividad para ejercer el autoritarismo político. Se requiere
de una psiquis particular, de una visión maniqueísta y extremadamente
egocéntrica, así como de una dependencia hacia un estímulo de poder que bloquea
la sensibilidad o empatía.
El gobierno
kirchnerista fue claramente autoritario. Es cierto que no llegó a los niveles
de Venezuela en cuanto a sus resultados, pero fue un fiel reflejo del país
caribeño en cuanto a sus métodos y su sentido. Un gobierno autoritario o
totalitario puede convivir durante algún tiempo con un Estado no autoritario o
semiautoritario. El poder político no se concentra de un día para el otro.
Cuando ya está concentrado, puede pasar de manos rápidamente, pero si está
relativamente distribuido, concentrarlo puede llevar su tiempo.
Por mucho que
la extrema izquierda se haya esforzado por aparentar vocación democrática, el
extremismo siempre será extremista. Su automática atribución de mala intención
por el sólo hecho de pensar distinto o tener otra ideología (no por pruebas o
sospechas de corrupción o violencia); la agresividad e intolerancia de muchos
de sus líderes o militantes (por ejemplo, con periodistas de medios críticos);
su tendencia a minimizar o justificar la corrupción o abuso para acceder al
poder; el ejemplo incontestable de la ruina totalitaria del socialismo del
siglo XXI venezolano, demuestran lo obvio: las ideologías autoritarias no se
transforman en democráticas. En todo caso, las personas que abandonan el
autoritarismo incorporan elementos de ideologías democráticas a su pensamiento.
El gobierno
kirchnerista dilapidó sistemáticamente recursos, usándolos con criterios
exclusivamente partidistas y clientelares. Subió el gasto público del 25% al
45% del PBI. Más que duplicó los empleados públicos. Despilfarró enormes recursos
provenientes de precios internacionales por las nubes de nuestros commodities.
Vació las reservas internacionales de nuestro país, apropiándose a su vez de
los fondos de las AFJP y de la ANSES. Aumentó impuestos más allá de la ya
elevada carga tributaria de la Argentina, absorbiendo riqueza de la sociedad
civil. Y todos esos recursos, en vez de invertirlos, los asignó
prioritariamente al consumo, a la inmediatez, a crear una burbuja de irreal
consumismo generador de inflación y pobreza.
Mientras tanto,
hizo todo lo posible para concentrar un poder absoluto, contrario al Estado de
Derecho. Sometió a través del clientelismo y la discriminación oficial.
Sancionó una ley de medios que aumentaba su poder sobre los mismos y parecía
perfectamente diseñada para desguazar al Grupo Clarín, principal medio crítico,
sólo salvado por la Corte Suprema. Multiplicó, partidizó y centralizó las
“organizaciones sociales” politizadas, tercerizando y privatizando la
asistencia social. Creó verdaderos Estados paralelos mafiosos, como el de
“Sala” en Jujuy. Aumentó dos veces la injerencia del Ejecutivo en el Poder
Judicial, a los efectos de procurarse impunidad, reformando
inconstitucionalmente el Consejo de la Magistratura. Puso al frente del
Ministerio Público a una acólita que se dedicó a fustigar y sancionar a quienes
investigaran la corrupción, como el fiscal Campagnoli. Construyó un sistema de
sobreprecios, coimas, extorsiones y control de empresas destinado a saquear
millones y millones de los argentinos. Promovió la partidización de las Fuerzas
Armadas, utilizando al obsecuente
terrorista de Estado César Milani. Avaló el Proyecto X de espionaje hacia
opositores. Tendió una red sobredimensionada y abusiva de medios adictos
propagandísticos, artificialmente sostenidos por la arbitraria pauta oficial
discrecional. Persiguió mediáticamente a críticos y opositores a través de
programas de “linchamiento” financiados con recursos públicos de todos los
argentinos, como 678.
Cristina
Fernández de Kirchner es una dirigente autoritaria de extrema izquierda. La
misma extrema izquierda que está pulverizando a Venezuela y a los venezolanos
con total insensibilidad e impunidad. Ellos pensaron que era imposible que les
pasara lo mismo que a Cuba. El país, la historia, el contexto, la cultura, la
economía… eran totalmente diferentes. Pero si algo nos enseña la historia es
que no hay que subestimar al autoritarismo. Puede ser que en algunas sociedades
el autoritarismo tenga menos espacio que en otras, pero en cuanto los
ciudadanos y sus dirigentes se confían demasiado o bajan los brazos, el
autoritarismo crea sus propios espacios. Se abre camino poco a poco, hasta que
ya es demasiado tarde.
Cambiemos
heredó un país saqueado y expoliado, con déficits múltiples, arcas vacías,
impuestos altos y elevada inflación. No era sencillo. Fracasó en una de las
batallas más estratégicas y difíciles: bajar el gasto público para poder luego
bajar y simplificar impuestos, y así generar un estímulo al ahorro, la
inversión y la producción. Avanzó significativamente en el ámbito
institucional: se transparentó y digitalizó fuertemente la administración
pública y se aprobaron la extinción de dominio, la ley del arrepentido y la
responsabilidad penal empresaria. Son las reformas anticorrupción y de calidad
institucional más importantes quizás de todo el siglo XX para acá. Pero el
efecto práctico y los beneficios económicos y sociales de la calidad
institucional no son inmediatos. En el medio, la economía estancada sigue sin
estímulos, asfixiada por la actualización de tarifas.
Todo esto
lleva al escenario actual. La batalla es clara: democracia o autoritarismo.
Macri no es el único demócrata, pero Cristina es la fuerza autoritaria
excluyente. No va a cambiar su forma de ser, de pensar y de actuar. El poder
absoluto es una enfermedad. Cristina ya planea su reforma constitucional a lo
Chávez. Si la podrá hacer, no lo sabemos. Que la intentará en caso de darse la
oportunidad, no caben dudas.
¿Cómo combatir
el autoritarismo kirchnerista? Pues se necesita un gran acuerdo entre todas las
fuerzas democráticas para generar estabilidad y previsibilidad, estimular y
reactivar la economía cuanto antes, y apostar por propuestas positivas, que
permitan a los ciudadanos ver un horizonte de futuro. Se debe sostener y
profundizar la mejora institucional iniciada por Cambiemos, pero también
identificar los gastos fundamentales y prioritarios del Estado y los que no son
tan indispensables o podrían cubrirse de manera más eficiente, para bajar los
impuestos e inyectar dinamismo en la economía.
Algunos podrán
pensar que un acuerdo así favorecería a Macri. Puede ser. O también puede
interpretarse que esto daría más visibilidad y protagonismo a la oposición
democrática. Pero, si de algo no pueden caber dudas, es que la vuelta del
autoritarismo es posible. Y, si el autoritarismo vuelve, puede que lo haga
recargado, con más impulso, fuerza, odio y violencia que antes. También puede
ser que esta vez haya aprendido de los errores y haya estrechado apoyos
internacionales y afianzado la colaboración con potencias dictatoriales
extranjeras. Y puede que, si el autoritarismo kirchnerista logra su cometido,
todas las fuerzas democráticas actuales se vean perjudicadas y amenazadas por
igual, junto con los ciudadanos.
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