sábado, 11 de mayo de 2019

El autoritarismo posible

Por qué urge una estrategia para derrotar al kirchnerismo


Fuente: TDP.
         Cristina Fernández de Kirchner acaba de presentar su “libro”. Si bien quien escribe no lo leyó completo, por una lectura parcial y numerosos comentarios y análisis se deduce que es un ejercicio de egocentrismo. Ella es el centro de todo. De ella depende el futuro del país. A ella están dirigidas todas las conspiraciones y confabulaciones. Ella es la víctima de todo el odio circulante. Ella vive en un mundo paralelo, donde no existen todas sus corrupciones y abusos flagrantes.
         Todo esto confirma un patrón de pensamiento regular que tiende al autoritarismo. Los líderes autoritarios no lo son por casualidad. No cualquiera puede tener la frialdad y la impulsividad para ejercer el autoritarismo político. Se requiere de una psiquis particular, de una visión maniqueísta y extremadamente egocéntrica, así como de una dependencia hacia un estímulo de poder que bloquea la sensibilidad o empatía.
         El gobierno kirchnerista fue claramente autoritario. Es cierto que no llegó a los niveles de Venezuela en cuanto a sus resultados, pero fue un fiel reflejo del país caribeño en cuanto a sus métodos y su sentido. Un gobierno autoritario o totalitario puede convivir durante algún tiempo con un Estado no autoritario o semiautoritario. El poder político no se concentra de un día para el otro. Cuando ya está concentrado, puede pasar de manos rápidamente, pero si está relativamente distribuido, concentrarlo puede llevar su tiempo.


         Por mucho que la extrema izquierda se haya esforzado por aparentar vocación democrática, el extremismo siempre será extremista. Su automática atribución de mala intención por el sólo hecho de pensar distinto o tener otra ideología (no por pruebas o sospechas de corrupción o violencia); la agresividad e intolerancia de muchos de sus líderes o militantes (por ejemplo, con periodistas de medios críticos); su tendencia a minimizar o justificar la corrupción o abuso para acceder al poder; el ejemplo incontestable de la ruina totalitaria del socialismo del siglo XXI venezolano, demuestran lo obvio: las ideologías autoritarias no se transforman en democráticas. En todo caso, las personas que abandonan el autoritarismo incorporan elementos de ideologías democráticas a su pensamiento.
         El gobierno kirchnerista dilapidó sistemáticamente recursos, usándolos con criterios exclusivamente partidistas y clientelares. Subió el gasto público del 25% al 45% del PBI. Más que duplicó los empleados públicos. Despilfarró enormes recursos provenientes de precios internacionales por las nubes de nuestros commodities. Vació las reservas internacionales de nuestro país, apropiándose a su vez de los fondos de las AFJP y de la ANSES. Aumentó impuestos más allá de la ya elevada carga tributaria de la Argentina, absorbiendo riqueza de la sociedad civil. Y todos esos recursos, en vez de invertirlos, los asignó prioritariamente al consumo, a la inmediatez, a crear una burbuja de irreal consumismo generador de inflación y pobreza.
         Mientras tanto, hizo todo lo posible para concentrar un poder absoluto, contrario al Estado de Derecho. Sometió a través del clientelismo y la discriminación oficial. Sancionó una ley de medios que aumentaba su poder sobre los mismos y parecía perfectamente diseñada para desguazar al Grupo Clarín, principal medio crítico, sólo salvado por la Corte Suprema. Multiplicó, partidizó y centralizó las “organizaciones sociales” politizadas, tercerizando y privatizando la asistencia social. Creó verdaderos Estados paralelos mafiosos, como el de “Sala” en Jujuy. Aumentó dos veces la injerencia del Ejecutivo en el Poder Judicial, a los efectos de procurarse impunidad, reformando inconstitucionalmente el Consejo de la Magistratura. Puso al frente del Ministerio Público a una acólita que se dedicó a fustigar y sancionar a quienes investigaran la corrupción, como el fiscal Campagnoli. Construyó un sistema de sobreprecios, coimas, extorsiones y control de empresas destinado a saquear millones y millones de los argentinos. Promovió la partidización de las Fuerzas Armadas, utilizando al obsecuente terrorista de Estado César Milani. Avaló el Proyecto X de espionaje hacia opositores. Tendió una red sobredimensionada y abusiva de medios adictos propagandísticos, artificialmente sostenidos por la arbitraria pauta oficial discrecional. Persiguió mediáticamente a críticos y opositores a través de programas de “linchamiento” financiados con recursos públicos de todos los argentinos, como 678.
         Cristina Fernández de Kirchner es una dirigente autoritaria de extrema izquierda. La misma extrema izquierda que está pulverizando a Venezuela y a los venezolanos con total insensibilidad e impunidad. Ellos pensaron que era imposible que les pasara lo mismo que a Cuba. El país, la historia, el contexto, la cultura, la economía… eran totalmente diferentes. Pero si algo nos enseña la historia es que no hay que subestimar al autoritarismo. Puede ser que en algunas sociedades el autoritarismo tenga menos espacio que en otras, pero en cuanto los ciudadanos y sus dirigentes se confían demasiado o bajan los brazos, el autoritarismo crea sus propios espacios. Se abre camino poco a poco, hasta que ya es demasiado tarde.
         Cambiemos heredó un país saqueado y expoliado, con déficits múltiples, arcas vacías, impuestos altos y elevada inflación. No era sencillo. Fracasó en una de las batallas más estratégicas y difíciles: bajar el gasto público para poder luego bajar y simplificar impuestos, y así generar un estímulo al ahorro, la inversión y la producción. Avanzó significativamente en el ámbito institucional: se transparentó y digitalizó fuertemente la administración pública y se aprobaron la extinción de dominio, la ley del arrepentido y la responsabilidad penal empresaria. Son las reformas anticorrupción y de calidad institucional más importantes quizás de todo el siglo XX para acá. Pero el efecto práctico y los beneficios económicos y sociales de la calidad institucional no son inmediatos. En el medio, la economía estancada sigue sin estímulos, asfixiada por la actualización de tarifas.
         Todo esto lleva al escenario actual. La batalla es clara: democracia o autoritarismo. Macri no es el único demócrata, pero Cristina es la fuerza autoritaria excluyente. No va a cambiar su forma de ser, de pensar y de actuar. El poder absoluto es una enfermedad. Cristina ya planea su reforma constitucional a lo Chávez. Si la podrá hacer, no lo sabemos. Que la intentará en caso de darse la oportunidad, no caben dudas.
         ¿Cómo combatir el autoritarismo kirchnerista? Pues se necesita un gran acuerdo entre todas las fuerzas democráticas para generar estabilidad y previsibilidad, estimular y reactivar la economía cuanto antes, y apostar por propuestas positivas, que permitan a los ciudadanos ver un horizonte de futuro. Se debe sostener y profundizar la mejora institucional iniciada por Cambiemos, pero también identificar los gastos fundamentales y prioritarios del Estado y los que no son tan indispensables o podrían cubrirse de manera más eficiente, para bajar los impuestos e inyectar dinamismo en la economía.
         Algunos podrán pensar que un acuerdo así favorecería a Macri. Puede ser. O también puede interpretarse que esto daría más visibilidad y protagonismo a la oposición democrática. Pero, si de algo no pueden caber dudas, es que la vuelta del autoritarismo es posible. Y, si el autoritarismo vuelve, puede que lo haga recargado, con más impulso, fuerza, odio y violencia que antes. También puede ser que esta vez haya aprendido de los errores y haya estrechado apoyos internacionales y afianzado la colaboración con potencias dictatoriales extranjeras. Y puede que, si el autoritarismo kirchnerista logra su cometido, todas las fuerzas democráticas actuales se vean perjudicadas y amenazadas por igual, junto con los ciudadanos. 

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