El estallido de la cultura del resultado en la Copa América
Fuente: TDP. |
Hay un
adagio que dice “trabajar para lo mejor, esperar lo peor”; es decir, maximizar
el esfuerzo y minimizar las expectativas. Si logramos separar y desvincular
ambas cosas, que muchas veces quedan unidas en nuestra mente, lograremos
manejar adecuadamente la presión y la frustración, aceptar y amigarnos con la
realidad y, al mismo tiempo, dar el máximo de nosotros y desarrollar plenamente
nuestro potencial.
El tema es
cómo desvincular esfuerzo y expectativa, y en el fondo hay una cuestión de
humildad, de saber que en última instancia lo más importante es hacer el bien y
elegir lo correcto en cada situación, y no el mero disfrute de nuestros logros
como si sólo nosotros fuéramos el destino final de nuestros esfuerzos.
A los
argentinos, lamentablemente, no nos identifican con la humildad en el
extranjero, lo cual habla de que no es uno de nuestros puntos fuertes. Se dice
que Nadal le dijo una vez a Messi “vos no parecés argentino”, “¿por qué?”,
“porque sos humilde”. Un chiste que se cuenta en Europa dice que los relámpagos
son, en verdad, Dios sacándose fotos con un argentino.
Todos los
seres humanos somos imperfectos y tenemos cuestiones a mejorar, y cada
individuo es único e irrepetible, pero los procesos culturales tienen ciertas
características propias. Quizás nuestra cultura adolezca de falta de humildad y
sea por eso que nos cuesta tanto separar y manejar correctamente expectativas y
esfuerzo.
Nuestra
cultura del resultado nos lleva, a veces, a un exitismo cruel y estúpido.
Debemos cambiarla por una cultura del esfuerzo. Gandhi lo puso en palabras muy
simples y sabias: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el
resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.” Y una cultura del
esfuerzo exige un cambio de actitud. Somos los argentinos, a grandes rasgos, y
sin generalizar ni atribuir malas intenciones, los que aumentamos la presión
sobre nuestro seleccionado de fútbol a niveles insoportables. Los seres humanos
tienen sus límites. Y al parecer no sólo a Messi, sino a varios de nuestros
jugadores, esos límites les están pasando una factura demasiado cara en su
mente. Por eso renunciaron. No sabemos todavía si fue una decisión en caliente,
si queda cierto margen para la retractación, pero fue una decisión sincera.
Demasiada
crítica. La crítica constructiva y respetuosa, de buena voluntad, se hace
antes, o un tiempo después, y con buen tono. No se puede criticar de inmediato
y con enojo o con tono de protesta al que le fue mal. No puede la crítica
basarse en el resultado ni ignorar al ser humano que está en el medio. Lo
verdaderamente importante es y debe ser, en última instancia, el esfuerzo.
Cada vez
que a la selección le fue mal en una final, debimos, unánimemente, haber
felicitado a nuestros jugadores por haber llegado a esa instancia, decirles que
no pasaba nada, que otra vez será y que les agradecíamos por el esfuerzo
realizado. En todo caso, si alguien observa algún aspecto a mejorar lo debe
plantear con humildad y respeto, sin enojo, con ánimo de poner su opinión al
alcance de quien quiera escucharla y no con tono de reto o protesta, como si el
error fuera adrede o como si uno fuese superior.
Nadie más
interesado en ganar que nuestros jugadores. No necesitamos decirles que ganen,
ni darles una orden de que hagan nada. Son adultos, conscientes y racionales, y
se merecen que confiemos razonablemente en ellos, lo cual no quiere decir no
aconsejar ni criticar constructiva y respetuosamente.
El clima
que vivieron nuestros jugadores cada vez que perdieron una final fue de
frustración, enojo, reto y exigencia. No sé si por muchos, por pocos, por todos,
pero el clima que se creó fue ése, y algo debemos haber hecho mal como sociedad
para que sea así. Les fuimos poniendo más y más presión, como si eso pudiera
ayudar a que en la final siguiente jueguen más tranquilos y concentrados.
Llegaron a la Copa América con la consigna de que no podían, bajo ningún
aspecto, perder otra final, no con la consigna de que debían seguir dando el
mejor esfuerzo, como seguramente lo habían hecho en las finales anteriores.
Quizás si
todos aprendiéramos un poco de la personalidad de Messi (sí, de su
personalidad); de apuntar a lo más alto sin creérsela; de buscar mejorar
incluso a pesar de ser el mejor; de no subestimar ni despreciar al otro como
persona por destacarse uno en algún aspecto; de su capacidad de liderar más con
la conducta que con las palabras; de su humildad… quizás en ese caso nuestra
cultura mejore y ganemos no una sino muchas finales de partidos de fútbol y de
partidos infinitamente más importantes que el fútbol.
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