FUENTE: Fundación Libertad.
Replicado en: MDZ Online.
Fuente: Fundación Libertad. |
La semana pasada 20 diputadas del
oficialismo y de la oposición se reunieron para promover que haya "paridad
de género" en las listas de candidatos. Esto implicaría aumentar la actual
ley de cupo femenino del 30% al 50%.
A raíz de ello, se ha desatado una
acalorada discusión en todos los niveles del Estado y de la sociedad. Por ende,
no está de más reflexionar sobre cuál es el fundamento de la llamada
“discriminación positiva” y sobre cuál es la situación política de las mujeres
en nuestro país.
Lo primero que hay que decir es que
la discriminación positiva se originó en Estados Unidos como una medida para
forzar la integración de la población de color en los Estados del Sur, en los
que históricamente había sido fuertemente excluida y discriminada. Se trata de
una medida excepcional y transitoria, que busca lograr una integración forzada
a espacios de poder o de visibilidad pública, para romper con los prejuicios y
tornar normal algo que era comúnmente visto como anormal.
Dicho lo anterior, puede discutirse
cuánto tiempo y en qué medida se debe sostener una acción de discriminación
positiva, pero queda claro que no constituye un fin en sí mismo ni una medida
de carácter eterno, sino un medio para transformar la percepción social sobre
un grupo o sector. En una sociedad democrática la regla debe ser siempre la no
discriminación, la igualdad de oportunidades y el mérito, y la discriminación
positiva debe ser excepcional y transitoria. De lo contrario, estaríamos
socavando los valores democráticos para algún otro fin ajeno a ellos.
Cabe preguntarse, entonces, cuál es
la situación política de las mujeres en Argentina. En un reciente estudio
realizado por Fundación Libertad y la Red Federal de Políticas Públicas, se da
cuenta de que nuestro país se encuentra muy bien posicionado en lo que respecta
a la participación femenina en el órgano legislativo nacional, con un alto
índice del 39,2%. Ostenta una clara ventaja sobre Brasil (8,6%), Paraguay
(15%), Chile (15,82%) y Uruguay (19,37%) y está muy por encima del promedio de
América Latina del 25,2%. Actualmente hay 129 mujeres en nuestro Congreso y
llevar esta cifra a la mitad implicaría añadir tan sólo 36 mujeres más.
Esta alta presencia femenina en el
Congreso argentino no es algo ficticio ni azaroso. Al parecer, la ley de cupo
surtió efecto y eliminó prejuicios que pudieron haber existido en la población.
De hecho, el porcentaje de mujeres en el Congreso argentino supera por 9,2% el
exigido por la ley, y alcanza la mayoría, exactamente un 55,17% del total,
dentro del grupo de legisladores menores de 40. Esto muestra que, entre las
nuevas generaciones, el sexo no es un condicionante para la participación
política. Y las mujeres se destacan también fuera del Congreso, donde no rige
el cupo, como lo demuestra la gran cantidad de líderes sociales, culturales y
políticas mujeres.
El éxito de la ley de cupo femenino
argentina se explica, en gran medida, por dos factores. Primero, Argentina fue
el primer país del mundo en adoptar este tipo de legislación en 1991. Segundo,
el sistema de listas cerradas permitió obligar a que las mujeres ocupasen
lugares en las listas con reales posibilidades de resultar electas.
Dicho lo anterior, ¿se puede hablar
actualmente en la Argentina de un impedimento cultural contrario a la
participación política de las mujeres? ¿Se puede decir que la población ve la
acción política de las mujeres como algo anormal? Si no es así, ¿cuál sería el
fundamento por el cual elevar el cupo del 30% al 50%? ¿No iría ello
innecesariamente en contra de la libertad de elección, la representatividad, la
igualdad de oportunidades y el mérito, valores centrales del sistema
democrático?
Una persona no necesariamente representa
mejor a otra por compartir con ella determinadas cualidades físicas. La
representación política es, ante todo, una cuestión de ideas, no de biología,
más allá de que el testimonio de una experiencia de vida puede constituir una
información valiosa. Una mujer puede perfectamente coincidir más con el
pensamiento de un hombre que con el de otra mujer, y votar inteligente y
conscientemente a aquél, y viceversa.
Pero no es acertado llevar esta
discusión a una cuestión mujeres vs. hombres. Si se piensa de verdad que siguen
existiendo trabas culturales y prejuicios contrarios a la aceptación de la
participación política de la mujer como algo normal, y se considera que es
necesario elevar el cupo, entonces bienvenido sea si ello tranquiliza a muchas
mujeres que puedan sentirse discriminadas. Pero en ese caso, si es ese el
fundamento, la medida deberá adoptarse por un plazo limitado.
Estoy seguro de que la vasta mayoría
de los hombres estamos dispuestos a aceptar una mayor discriminación positiva a
favor de la mujer si ello ayuda a una mejor convivencia e integración. El
problema viene cuando el cupo femenino pasa a ser prácticamente un fin en sí
mismo o, peor aún, un instrumento, no para derribar prejuicios, sino para
estimular una falsa dicotomía sexista irresoluble alimentada por una ideología
extrema.
Es lo que hace el feminismo radical,
que como todo extremismo destruye y separa en vez de construir y unir, y que en
los últimos tiempos ha marcado agenda e influido notoriamente en el debate
feminista. El feminismo radical desconfía de la libertad interior y de la
capacidad de autodeterminación de la mujer. Descree del sistema democrático
republicano, viéndolo como mera fachada de una dominación oculta, no ya de una
clase social sobre otra, sino del hombre sobre la mujer.
Lo que se necesita para mejorar la
condición de la mujer y asegurarle los mismos derechos y oportunidades que
cualquier hombre son, ante todo, instituciones más eficientes y
representativas. Esto implica desconcentrar el poder y profundizar la división
de poderes, la transparencia y la rendición de cuentas, más allá de modificar
códigos penales para lograr sanciones ejemplares, disuasorias y efectivas
contra toda violencia contra la mujer. Nada de esto está en la agenda del
feminismo radical.
Esto nos demuestra cómo los enfoques
simplistas o extremos distan de ser constructivos y, por el contrario, alejan
la discusión de los temas de fondo. No van a vivir mejor las mujeres en
Argentina porque se fuerce legalmente que en el Congreso haya 165 de ellas en
vez de las 129 actuales.
Para proteger eficazmente los
derechos de las mujeres debemos derrotar este nuevo extremismo incipiente que
se está gestando desde la ideología de género y el feminismo radical; confiar
en la mujer y tratarla como lo ameritan su potencialmente ilimitadas
inteligencia, sabiduría y fortaleza interior; apoyar a las feministas
democráticas; y mejorar el funcionamiento de nuestras instituciones, para que
haya más justicia, menos impunidad, menos violencia y menos muertes evitables,
tanto de hombres como de mujeres.
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