miércoles, 29 de junio de 2016

Un baño de humildad para la Argentina

El estallido de la cultura del resultado en la Copa América


Fuente: TDP.
            Hay un adagio que dice “trabajar para lo mejor, esperar lo peor”; es decir, maximizar el esfuerzo y minimizar las expectativas. Si logramos separar y desvincular ambas cosas, que muchas veces quedan unidas en nuestra mente, lograremos manejar adecuadamente la presión y la frustración, aceptar y amigarnos con la realidad y, al mismo tiempo, dar el máximo de nosotros y desarrollar plenamente nuestro potencial.
            El tema es cómo desvincular esfuerzo y expectativa, y en el fondo hay una cuestión de humildad, de saber que en última instancia lo más importante es hacer el bien y elegir lo correcto en cada situación, y no el mero disfrute de nuestros logros como si sólo nosotros fuéramos el destino final de nuestros esfuerzos.


            A los argentinos, lamentablemente, no nos identifican con la humildad en el extranjero, lo cual habla de que no es uno de nuestros puntos fuertes. Se dice que Nadal le dijo una vez a Messi “vos no parecés argentino”, “¿por qué?”, “porque sos humilde”. Un chiste que se cuenta en Europa dice que los relámpagos son, en verdad, Dios sacándose fotos con un argentino.
            Todos los seres humanos somos imperfectos y tenemos cuestiones a mejorar, y cada individuo es único e irrepetible, pero los procesos culturales tienen ciertas características propias. Quizás nuestra cultura adolezca de falta de humildad y sea por eso que nos cuesta tanto separar y manejar correctamente expectativas y esfuerzo.
            Nuestra cultura del resultado nos lleva, a veces, a un exitismo cruel y estúpido. Debemos cambiarla por una cultura del esfuerzo. Gandhi lo puso en palabras muy simples y sabias: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.” Y una cultura del esfuerzo exige un cambio de actitud. Somos los argentinos, a grandes rasgos, y sin generalizar ni atribuir malas intenciones, los que aumentamos la presión sobre nuestro seleccionado de fútbol a niveles insoportables. Los seres humanos tienen sus límites. Y al parecer no sólo a Messi, sino a varios de nuestros jugadores, esos límites les están pasando una factura demasiado cara en su mente. Por eso renunciaron. No sabemos todavía si fue una decisión en caliente, si queda cierto margen para la retractación, pero fue una decisión sincera.
            Demasiada crítica. La crítica constructiva y respetuosa, de buena voluntad, se hace antes, o un tiempo después, y con buen tono. No se puede criticar de inmediato y con enojo o con tono de protesta al que le fue mal. No puede la crítica basarse en el resultado ni ignorar al ser humano que está en el medio. Lo verdaderamente importante es y debe ser, en última instancia, el esfuerzo.
            Cada vez que a la selección le fue mal en una final, debimos, unánimemente, haber felicitado a nuestros jugadores por haber llegado a esa instancia, decirles que no pasaba nada, que otra vez será y que les agradecíamos por el esfuerzo realizado. En todo caso, si alguien observa algún aspecto a mejorar lo debe plantear con humildad y respeto, sin enojo, con ánimo de poner su opinión al alcance de quien quiera escucharla y no con tono de reto o protesta, como si el error fuera adrede o como si uno fuese superior.
            Nadie más interesado en ganar que nuestros jugadores. No necesitamos decirles que ganen, ni darles una orden de que hagan nada. Son adultos, conscientes y racionales, y se merecen que confiemos razonablemente en ellos, lo cual no quiere decir no aconsejar ni criticar constructiva y respetuosamente.
            El clima que vivieron nuestros jugadores cada vez que perdieron una final fue de frustración, enojo, reto y exigencia. No sé si por muchos, por pocos, por todos, pero el clima que se creó fue ése, y algo debemos haber hecho mal como sociedad para que sea así. Les fuimos poniendo más y más presión, como si eso pudiera ayudar a que en la final siguiente jueguen más tranquilos y concentrados. Llegaron a la Copa América con la consigna de que no podían, bajo ningún aspecto, perder otra final, no con la consigna de que debían seguir dando el mejor esfuerzo, como seguramente lo habían hecho en las finales anteriores.
            Quizás si todos aprendiéramos un poco de la personalidad de Messi (sí, de su personalidad); de apuntar a lo más alto sin creérsela; de buscar mejorar incluso a pesar de ser el mejor; de no subestimar ni despreciar al otro como persona por destacarse uno en algún aspecto; de su capacidad de liderar más con la conducta que con las palabras; de su humildad… quizás en ese caso nuestra cultura mejore y ganemos no una sino muchas finales de partidos de fútbol y de partidos infinitamente más importantes que el fútbol.

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