Fuente: Tribuna de Periodistas (TDP).
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La funcionaria escribió en Twitter, con ocasión de dicha tragedia: “Es tu hermano, tu vecino, tu papá, tu hijo, tu amigo, tu compañero de trabajo. No es una bestia, no es un animal, no es una manada ni sus instintos son irrefrenables. Ninguno de los hechos que nos horrorizan son aislados. Todos y cada uno responden a la misma matriz cultural”.
Al poco tiempo, varias voces se alzaron pidiendo su renuncia, mientras el oficialismo la defendía. Algunos la interpretaron como queriendo decir que los violadores son seres humanos que toman sus decisiones y deben hacerse responsables. Es decir, le dieron un sentido razonable, probablemente creyendo impensable otra orientación.
Sin embargo, si se analiza el mensaje de forma completa y en su debido contexto, se confirma la apariencia que posee a simple vista. Efectivamente, está minimizando, si no directamente normalizando y justificando, un hecho tan horroroso, injusto e intolerable como la violación en manada de una joven indefensa por seis matones cobardes. Esto es así por varios motivos.
En primer lugar, el mensaje se basa en una mentira. Ella es que el común de la gente pretendería exculpar a los violadores al decir que son “bestias o “animales”. Eso no es cierto. El gobierno del cual la ministra forma parte, el kirchnerismo, es quien se opone a la suba de las penas y favorece la liberación de criminales violentos.
El ciudadano común, cuando alude a la bestialidad o animalidad de los violadores, lo expresa en un sentido figurado, no literal. Muy lejos está de querer garantizarles impunidad. Todo lo contrario. Al ser humano medio le gustaría que los violadores se pudrieran en la cárcel, porque saben que la próxima víctima puede ser su hermana, su vecina, su mamá, su hija, su amiga, su compañera de trabajo. Desafío a quien quiera a hacer un plebiscito al respecto y que decida el pueblo argentino.
Es como cuando se dice que un asesino serial es un animal o una bestia. Nadie, ni remotamente, pretende exculparlo, sino aludir a que sus acciones son más propias de una criatura irracional que de un ser humano. Son psicópatas, que deben pagar caro sus atrocidades y permanecer encerrados, puesto que su probabilidad de reincidencia es muy alta y son un peligro.
¿Por qué, luego de décadas de aumento de los subsidios y recursos para las feministas radicales, la violencia contra la mujer sigue en aumento? ¡Ya tienen su ministerio! ¡Lo lograron! ¿No deberíamos estar mejor? ¿O será que el problema no se resuelve con más subsidios para las feministas extremas?
¿Por qué no hay penas más duras para violentos, violadores y asesinos? ¿Por qué las condenas no son de cumplimiento efectivo? ¿Por qué no se discute la castración química? ¿Por qué no se agravan fuertemente las sanciones para las personas con antecedentes violentos con condena judicial? ¿Por qué no se aplican castigos duros contra quienes amenacen a una mujer que se anima a denunciar un abuso? ¿Por qué no se permite que un familiar o amigo de una víctima de violencia doméstica denuncie sin el consentimiento de la mujer sometida? ¿Por qué no se consolida la división de poderes y la independencia judicial, para que contemos con tribunales meritocráticos y eficaces?
Si el ciudadano medio está de acuerdo con todo esto, ¿cómo explica el feminismo radical que no dedique su energía y sus recursos prioritariamente a estas cuestiones? ¿Por qué el gobierno traba en el Congreso reformas en este sentido? La respuesta es simple: no les interesan las mujeres. No les interesa el ser humano. Solo les importan la ideología, el dinero y el poder. El fanatismo y el dogmatismo insensibilizan. Convierten a las personas en autómatas intelectuales ajenos a la realidad.
Su foco ha estado y sigue estando en los subsidios (privatizando las funciones públicas para movilizar más gente) y en la educación sexual (a través de la cual pretenden colar su ideología). Vale aclarar que, si se tratara de una educación sexual científica y objetiva, no de una excusa para el adoctrinamiento, estaría muy bien. Pero no se puede pretender que con persuasión se va a disuadir a los psicópatas o trastornados. Ello no es suficiente.
Tal es así que dos de los seis acusados por la violación grupal de Palermo, Ignacio Retondo y Ángel Pascual Ramos, eran declarados feministas, que asistían a las marchas a favor de la despenalización del aborto y se decían “deconstruidos”. El primero militaba en la organización kirchnerista Lealtad Vicente López. Estaban muy al tanto de la problemática de la mujer y no les importó en absoluto. Recientemente, una joven de 21 años denunció a Retondo en la Justicia de San Isidro por un hecho de abuso en una fiesta que ocurrió cuando la víctima tenía 14. De nuevo: ¿La propuesta del feminismo radical es seguir adoctrinándolos? El relato se cae a pedazos.
Un violador serial no entra en razones con educación, como no lo hace un asesino serial. Todas nuestras escuelas enseñan que no hay que matar. Sin embargo, los asesinos siguen existiendo. Hay estructuras mentales muy complejas y profundas involucradas en sus acciones, incluso con predisposiciones biológicas y genéticas detonadas muchas veces a través de traumas pasados. Ser duros con ellos en el inicio del espiral de violencia (como indica la exitosa teoría de las ventanas rotas, que el garantismo niega) es lo mejor para la sociedad y, además, lo conveniente para ellos. Se trata de la única manera de que haya una ínfima posibilidad de que se reencaucen a tiempo, antes de convertirse en “monstruos”.
Más allá de resabios de una cultura machista pasada en proceso de extinción, que es innegable (y que cada tanto puja por resurgir), lo cierto es que hoy en día, afortunadamente, ni nuestras leyes, ni nuestras instituciones ni nuestra identidad cultural promueven la discriminación contra la mujer. Por eso es que el machismo ha ido retrocediendo tanto en el último medio siglo. Y lo seguirá haciendo en el próximo, si es que insistimos con los valores humanos y modernos que definen la base de nuestra cultura cristiana y occidental en su estado de desarrollo actual (sin por ello dejar de nutrirnos de las experiencias exitosas de modernización cultural de cualquier otra civilización o credo no occidental).
El tweet referido comienza de una forma que deja traslucir su verdadero objetivo: “Es tu hermano, tu vecino, tu papá, tu hijo, tu amigo, tu compañero de trabajo…”. O sea, básicamente, somos todos. Todo ser humano varón es equiparable, sin admitir prueba en contrario y sin analizar sus actos, a los seis trastornados violadores de Palermo.
Esta generalización no es inocente. Responde a una ideología y a una intencionalidad política que, como veremos, usa a las mujeres mientras no hace nada por ayudarlas y protegerlas realmente. Al contrario, se opone a muchas medidas de cuidado que ellas necesitan con urgencia.
Lo peor es que, si generalizamos los atributos de los violadores hacia todos los hombres, estamos minimizando la gravedad o culpa del violador, además de incurrir en una flagrante injusticia. Se estaría juzgando a los hombres por su genética o cualidades físicas y no por su conducta individual. Este colectivismo inhumano, que diluye la responsabilidad personal, es la marca registrada de las ideologías extremistas o autoritarias, en este caso el feminismo marxista (que no es ni representa al verdadero feminismo).
La verdad es que no somos todos los hombres iguales. Los violadores no son gente normal. Son generalmente psicópatas o enfermos mentales, que deben pagar un alto precio por sus actos tan horrorosos y destructivos para la sociedad. De hecho, igual que los criminales en general, son una ínfima minoría, solo que hacen mucho daño, y mucho más cuando respiran impunidad.
El feminismo radical pretende desviar la mirada de esos violadores: quiere llevarla al resto de los hombres, a la supuesta “matriz cultural” y al capitalismo. Porque no le importan las mujeres. Lo único que les interesa es la lucha ideológica contra el “sistema”. Llama la atención que en el primer párrafo de presentación de la agrupación feminista Mala Junta (a la cual pertenece la ministra), en su propia web, plantean el objetivo de “poner freno a la avanzada neoliberal” (malajunta.org/quienes-somos/). ¿Alguien de verdad cree que no usan el feminismo para otra cosa, desnaturalizándolo y desprestigiándolo, olvidándose de las mujeres de carne y hueso?
Para la extrema izquierda, tanto en su vertiente garantista como feminista radical, la culpa de todo tiene que ser del capitalismo o el neoliberalismo. Su obsesión es destruir el sistema económico que va de la mano con la democracia y el Estado de Derecho; que ha sido el único que les ha permitido a los países superar la pobreza y la violencia. Las sociedades con más libertad económica son, de hecho, las más prósperas, democráticas y pacíficas, donde impera una mayor igualdad entre hombres y mujeres. Los datos históricos y estadísticos que confirman esta realidad contundente no les interesan a las feministas extremas. Solo buscan satisfacer su odio y resentimiento, manchando la imagen del verdadero feminismo y obstaculizando las soluciones de fondo.
No es cierto que el capitalismo genera una cultura patriarcal que propicia la violencia contra la mujer. De nuevo: las sociedades más capitalistas (o sea, las más libres) son aquellas en que hay más igualdad de género y en las que la mujer cuenta con más autonomía, seguridad y dignidad.
Por eso, cuando uno desmenuza el discurso del feminismo radical, sus inconsistencias quedan en evidencia al instante. Las mujeres son las que quedan en el medio y sufren las consecuencias. Dejémonos de tonterías: defendamos a las mujeres en serio. Seamos duros y firmes frente a toda forma de violencia, en especial ante la de los cobardes que se aprovechan de una mujer en situación de vulnerabilidad e indefensión. No generalicemos ni normalicemos estas atrocidades. Basta de perder tiempo valioso. Dejemos de buscar excusas y de echarle la culpa al capitalismo para que todo siga igual.
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